Después de hacerse efectiva la abdicación de S.M. el Rey Don Juan Carlos I, mediante la promulgación de la Ley Orgánica que prevé el número 5 del artículo 57 de la Constitución y sin solución de continuidad, con el automatismo sucesorio de la Monarquía española, recogido en el número 1 del mismo precepto, el hasta ahora Príncipe de Asturias pasará a ser S.M. el Rey Don Felipe VI.

A continuación el Rey acudirá al Palacio de la Carrera de San Jerónimo para cumplir con lo establecido en el artículo 61.1 CE y será “proclamado ante las Cortes Generales” y además “prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”, lo que vendrá a demostrar que, aunque su persona sea inviolable, también el Rey esta sometido al principio de lealtad constitucional.

El Rey prestará su juramento vestido con el uniforme de su profesión, que es la de militar, luciendo el rojo fajín de General que le habrá ceñido poco antes el Rey su padre, (al que, acertadamente, se le conservan títulos y honores) y llevará visibles las cinco estrellas que acreditan el ejercicio del “mando supremo de las Fuerzas Armadas” que le confiere el artículo 62.h CE.

Después, el nuevo Monarca pronunciará un discurso que habrá, no solo que escuchar, si no también leer despacio y varias veces, porque indudablemente su contenido será transcendental y estamos seguros que, como su padre, demostrará que es el Rey de todos los españoles y el Rey de la Constitución y de las Leyes, conforme al juramento prestado, es decir, el Jefe de un Estado de Derecho, regido por un Orden Jurídico, base de la Democracia y de las Libertades y Derechos Fundamentales de todos los ciudadanos.

Toda la ceremonia se realizará ante los representantes de la soberanía nacional, Diputados y Senadores, con la asistencia de los que ejercen sus funciones en las altas Instituciones del Estado y, afortunadamente también de los Presidentes de todas las Comunidades Autónomas, sin excepción alguna.

Al Rey le rendirán honores fuerzas del “Ejercito de Tierra, de la Armada y el Ejercito del Aire”, que “tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”, según el artículo 8 CE; norma homologable con las de otras Constituciones democráticas del mundo y que en el caso de España resultaba inexcusable porque desde que existe su Historia es la de las gestas de nuestros soldados defendiendo a la Patria y sin que esa norma sea otra cosa que la expresión de que nuestras Fuerzas Armadas están al servicio de España y de su Constitución, como han demostrado sobradamente y en todo momento, manteniéndose como motivo de orgullo para los españoles y de prestigio internacional para los extranjeros, en las múltiples misiones que han realizado y realizan fuera de nuestro territorio, en los mas comprometidos escenarios.

También estará presente en esos honores la Guardia Civil, en la que los españoles de bien siguen confiando, hasta el punto de situar al Benemérito Instituto en lo mas alto de sus calificaciones en las encuestas.

Cierto es, por otra parte, que en la recepción del Palacio Real que cerrará el acto hubiera sido deseable ver, al menos, a los altos representantes de los países de Europa y de Iberoámerica, incluso también el Vicepresidente de nuestro mas poderoso aliado, para hacer visible el puesto que España ocupa en el mundo, pero si se ha elegido una formula austera en la liturgia de la celebración, tampoco merece excesivo reproche.

Por ultimo, cuando S. M. el Rey D. Felipe VI y S.M. la Reina Dª. Letizia salgan al balcón del Palacio de Oriente sería deseable que los que estén en aquella histórica plaza y los que asistan a través de radio y televisión a ese momento, hagan una reflexión: La de dejar a un lado nuestras diferencias, por legitimas que sean, y sin olvidar la dureza de la crisis económica, la tragedia de nuestros parados y sus familias, el temor a la división social y hasta el riesgo de fractura territorial y cuantos problemas nos afectan, que son muchos, abramos nuestro espíritu a la esperanza y confiemos, al menos durante algunos minutos en un futuro mejor y que podamos vivirlo todos juntos en paz, en libertad y en la concordia con que iniciamos esta andadura que hoy continua con la llegada al trono del nuevo Rey.

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Ramón Rodríguez Arribas